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"Sentí mucho odio e incomprensión, me sentí discriminada por tener coronavirus"

Marisol San Román -la llamada "Paciente 130- contó por FM Capital cómo atravesó la etapa de tener coronavirus. Estaba cursando una maestría en Madrid y regresó a Buenos Aires antes de que cerraran las fronteras y comenzara el aislamiento obligatorio en el país sudamericano.

Marisol es Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Di Tella, realizó cursos de historia y cultura en la Universidad de Berlín, humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid y en artes plásticas en la Accademia d’Arte Firenze, pero es más conocida como “la paciente 130”.

El pasado 10 de marzo se contagió de Covid-19 por compartir un lápiz labial con una chica mexicana en España, pero al resultado de covid positivo lo recibió en Argentina y desde entonces se propuso concientizar a las personas por redes sociales y compartir su experiencia.

"En el momento donde más dolor sentía, más angustia, más desesperación, me encontré por primera vez en mi vida con discriminación y con acoso", contó por FM Capital. Dijo que recibió insultos, que la acusaban de haber traído el virus al país. Señaló que antes contaba las cosas que le decían pero "el INADI me pidió que deje de contar los casos de discriminación que sufrí porque está pasando en todos lados y eso no tiene que ser así".

"Sentí mucho odio e incomprensión en algunos momentos, me sentí discriminada", agregó, "pero no me cabe en la cabeza que alguien tenga que ser discriminado. Nadie quiere contagiar al otro, nadie que tenga coronavirus se contagió a propósito".

Desde que supo que había contraído coronavirus, no bien el análisis de PCR sentenció el temido “positivo”, Marisol San Román, que tiene apenas 25 años, supo que no sólo debía ponerle el cuerpo a la enfermedad, sino contar cada momento de la evolución, desnudar cómo el Covid-19 la iba atacando.

"Mi historia se hizo pública porque una amiga me pidió que haga un video contando mi caso, para que se supiera que a los jóvenes también nos podía agarrar esta enfermedad. El video se viralizó, lo vieron 5 millones de personas. Ahí vi que podía generar conciencia en la gente a través de lo que estaba pasando”, contó.

Pero, por sobre todas las cosas, quiso dejar testimonio de cómo ella se iba defendiendo con la ayuda de médicos y enfermeras, por eso escribió el libro "Paciente 130". 158 páginas descarnadas, sinceras y directas como un golpe de knock out, que autorizó a que sea publicáramos en formato PDF desde Infobae, y también se puede leer desde sus redes sociales. Su idea: que llegue a todos.

"El libro tiene la idea de decirles que se cuiden para que no les pase lo mismo que a mí", agregó. "El coronavirus no tiene nada parecido a la gripe, si fuese una gripe, ningún país cerraría las puertas ni se colapsaría el sistema sanitario. La sociedad me eligió y me puso en este lugar y yo voy a concientizar", dijo.

Aquí, uno de los párrafos más reveladores. El contagio de coronavirus en primera persona:

 

El contagio

Caminé por calle Serrano hasta un restaurante, uno de mis preferidos. Estaban los tres sentados en una mesa de barra alta. Le mandé un mensaje a otro amigo colombiano. Dijo que sí. Cenábamos risotto y jamón español cuando él entró. Le pedí a la novia de mi amigo que me acompañara al baño. Una mexicana adorable y ruda a la vez. Yo, pasada de copas, apenas podía caminar. Cuando salí del toilette, ella se pintaba los labios. Mi cartera había quedado en la mesa y yo no tenía lápiz labial. El diablo, dice el refrán, se cuela en los detalles.

No era ni siquiera un lápiz labial. Era manteca de cacao.

–¿No me la pasás, así me pongo algo fresco en los labios? Era rico. Sabor a coco y caramelo. Sabor a caramelo y coco.

Me relamí con esa manteca y salimos del baño.

Nos fuimos del restaurante hablando ya ni recuerdo qué.

Caramelo y coco. Coco y caramelo. A eso, para mí, tendría el sabor de la perdición.

 

Marisol

La estigmatización

Todo el mundo sabe el significado de discriminación. Pero lo que pocos saben es cómo se siente. Enferma de Covid-19 y sintiéndome morir, también conocí en carne propia lo que era ser discriminada por enferma. En Instagram, se habían sumado miles de seguidores y también detractores. Me decían:

–No tendrías que haber vuelto. –Trajiste el virus, es tu culpa. –Ojalá te mueras.

–Leprosa y terrorista.

–Vas a contagiar a todos, hija de p...

Me sentía como un arma mortal. Me angustié: necesitaba amor y recibía, en cambio, odio e incomprensión.

Unos quisieron pensar que la última noche había sido en Buenos Aires. Había más de trescientos mensajes tremendos, y hasta uno me amenazaba con prenderme fuego.

No importa lo que me digan. Yo juré que iba a estar bien y que, aunque se me viniera un tsunami encima, iba a estar bien, en algún momento: todo pasa. Todo el dolor se iba a terminar, se iba a acabar algún día.

 

La soledad

La gente nos imagina a los enfermos con coronavirus como víctimas de radiación de Chernóbil. La cuarentena, para nosotros, es un aislamiento dentro de otro aislamiento. Uno está solo, muy solo, tanto que ni siquiera podés ver a tu propio médico.

Los chequeos son por teléfono. Y, básicamente, uno aprende a ser su propio enfermero. Es decir, medirte la saturación de oxígeno y la temperatura.

El oxímetro y el termómetro pasan a ser tus únicas compañías. Tus mejores amigos. De ellos depende que tu medición te salve o te sepulte.

Todo el amor llegaba hasta el otro lado de la puerta. O del otro lado del celular. Dentro del cuarto no había más que medicamentos.

Siempre digo que el coronavirus es la enfermedad de la soledad: estás completamente solo. Tenés que aprender a ser tu propio médico y enfermero: detectar cuando estás mal para dar aviso, como me había pasado ese 31 de marzo que tenía los cortes, la fiebre y ese dolor cada vez más fuerte. Tenés que aprender a medir el oxígeno: ese día estaba en 94 y las pulsaciones en 105. Algo no iba bien. Pero estaba en el lugar indicado para sanar: el hospital.

 

Con información de Infobae .- 



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